martes, 29 de abril de 2014

La casa (Parte uno)

Isabel era poco más que el alma de su casa.
Era una matriarca tal, que cuando se enfurecía, todos los focos de la casa tronaban al unísono y nos dejaban en penumbra. La casa era su principal subordinada y también, es justo decirlo: su más grande espejo.
Pero las consecuencias de unos cuantos focos fundidos no llegaban tan lejos como cuando en lugar de enfado, era tristeza lo que Isabel sentía.

Recuerdo claramente la mañana del 17 de marzo de 1984 cuando Joaquín, el jardinero, entró corriendo en la cocina mientras Isabel desayunaba. No hizo falta que nadie preguntara nada y tampoco hizo falta que Joaquín abriera la boca. Isabel le arrebató el periódico de las manos y ahí empezó todo.
"Se murió el gobernador Lucila" me dijo mirándome a los ojos.
Yo más que nadie, sabía que Isabel y el gobernador eran algo más que viejos conocidos.
Y esa misma tarde, cuando Isabel volvió del velorio, no hubo poder humano que pudiera encender el fuego de la chimenea y los cristales del ventanal de la sala, se desmoronaron frente a mis ojos.
Todas las habitaciones amanecían aneblinadas por que sobra decirlo, el estado depresivo de la casa, era una reproducción del de Isabel y cuando alguien acudía para solucionar los averíos, digamos que...ninguna de las dos cooperaba.

Pero Isabel también tenía sus ratos de calma y más que eso, de felicidad, cuando su hijo Augusto el más grande de los cuatro, llegó con la noticia de que iba a ser padre, a Isabel se le iluminaron los ojos y las mejillas y la casa que no se podía quedar atrás, se llenó de luz por todos lados. Aún cuando todas las lámparas estaban apagadas y las cortinas corridas, en la casa se percibía un brillo muy particular. Y que decir del jardín, Joaquín tuvo que redoblar esfuerzos para podar los rosales que no está de más decirlo, eran los favoritos de Isabel.
Ese año hubo más rosas en la casa que en todas las misas de la parroquia.

Vivir con Isabel era una aventura que nadie toleraba. Ni siquiera sus propios hijos, quienes apenas cumplieron los 18 años, agarraron su propio vuelo; ésto jamás turbó la mente de Isabel, más por el contrario se sentía satisfecha de verlos crecidos.
Y ellos la amaban, no quiero que se malinterpreten mis palabras, es simplemente que los cambios de humor
de su madre y por consiguiente de la casa, no eran tan sencillos de lidiar.

Había días en los que Isabel se levantaba de muy mal carácter y nadie sabía por que y era mejor para
todos no intentar enterarse.

Con el tiempo fui conociendo mejor a Isabel y empecé a tener la agudeza para percatarme de que incluso
el aroma de la casa dependía de su estado de ánimo. .La felicidad olía a lavanda con hierbabuena y a veces un poco de mentol. Si el ambiente estaba impregnado de olor a limones viejos, quería decir que  Isabel estaba tristona, pero si encima se colaba un olorcillo a tepetate húmedo significaba que por las mejillas de Isabel habían caído algunas lágrimas.
Lo más difícil de todo era no saber que hacer ante su evidente tristeza o enojo. Uno no está preparado para
convivir con alguien como Isabel, las personas preferimos apenas un atisbo de lo que los demás sienten y
ésta casa que arrasaba con todos al menor cambio de emoción de Isabel, sacaba de quicio a más de uno...

lunes, 29 de agosto de 2011

La media mudanza

Cecilia había sido admitida en la universidad de Aguascalientes, su sueño recurrente desde que estudiaba la secundaria y su obsesión desde que comenzó la preparatoria.
Su madre le repitió hasta el cansancio que era absurdo querer irse tan lejos de casa teniendo
muchas buenas universidades en Saltillo y en realidad, nadie entendía las razones que Cecilia tenía -y que nunca se molestó siquiera en compartir- para irse a otra ciudad, a otro estado, con otras personas a estudiar algo que bien podría estudiar en el plantel #3 de la universidad estatal que le quedaba a menos de 10 minutos caminando.

Un mes antes de que Cecilia comenzara el semestre en su nueva escuela, viajó junto con sus padres a la que sería su nueva ciudad para encontrar un sitio que estuviera en renta y que no quedara muy distante de la universidad.
Después de algunas horas de búsqueda dieron por fin con un pequeño departamento que resultaba lo suficientemente espacioso para una sola persona, estaba a media hora en autobús de la universidad y a tres cuadras tenía un mercado y un centro comercial.
Sus padres le enviarían dinero durante 2 meses y después ella tendría que buscar un empleo de medio tiempo para solventar sus gastos, ese había sido el trato.
Tras rentar el departamento y comprar algunas cosas necesarias, los 3 volvieron a Saltillo donde a partir de ese momento, Cecilia se dedicó a despedirse de la familia y los amigos.
No estaba ni más contenta ni más triste de lo que pudiera estar cualquiera y todos opinaban al respecto, algunos decían que estaba pretendiendo "hacerse la fuerte", otros se limitaban a pensar que ella realmente quería irse y por ello era que no se le miraba excesivamente triste. La verdad solo la sabía Cecilia.

Llegó el día del viaje y Cecilia se despidió de sus padres y algunos amigos que habían ido a despedirla a la central de autobuses, besó y abrazó a cada uno de ellos tomando interminables fotos. Camino a Aguascalientes no pudo más que dormir y llorar un poco mientras escuchaba música o leía.

La nueva ciudad y la nueva Universidad le iban bien, se sentía parte de los lugares y había logrado fuertes amistades con sus compañeros de clase y uno que otro vecino; compartía todo lo nuevo con sus padres y sus amigos en al menos tres llamadas semanales.

Cecilia viajaba a casa cada vez que la escuela y el trabajo se lo permitían y en cada ocasión dejaba en Aguascalientes una parte de sí misma que se negaba a emprender el viaje de vuelta a "casa" con el resto de su persona.
Su familia seguía siendo su familia, sus amigos (los que de verdad lo eran) seguían siéndolo y sus lugares seguían siendo sus lugares. Todo le era familiar en Saltillo, en su casa, pero no así para esa nueva parte de sí misma que había nacido y se había criado en Aguascalientes, la Cecilia que gustaba por tomar café a las 6 de la tarde para después fumar un cigarro o dos no encontraba compañía fuera de Aguascalientes.
Mucho menos encontraba quien le debatiera sobre política y reformas sociales...

Estando en Saltillo, Cecilia extrañaba estar en Aguascalientes y viceversa. Extrañaba personas, comidas, lugares y momentos de ambas ciudades.
Nunca terminó de mudarse por completo, y cada vez que volvía a Saltillo, comprobaba que tampoco viajaba por completo.
En algún punto de sus viajes durante la carrera, Cecilia quedó suspendida en el tiempo y el espacio a la mitad de ambas ciudades y nunca pudo terminar de construir el puente para cruzar con toda ella de un lugar a otro...


"Hay distancias que ni haciendo un viaje desaparecen."

Por: @crayoliiita (Severus Snape)

sábado, 2 de julio de 2011

El minero

Elías nació en una familia que durante incontables generaciones se había dedicado a la minería. Nació y desde ese preciso momento, todos a su alrededor supieron que él también rendiría su vida a las minas.
Al tener suficiente edad, el mismo Elías entendió cual era su destino y lo aceptó con la benevolencia de un cordero.

El día en que cumplió 11 años y tras haber desayunado; su madre le observó desde la cocina y se acercó lentamente a él sosteniendo entre las manos el paño percudido que le servía para limpiar lo mismo que leche derramada sobre la mesa, tizne de entre paredes y sartenes, que lágrimas y sangre pálida de pequeñas heridas...
Le tomó por los hombros y le dijo "Hoy es tu primer día Elías, hazlo bien y aprende mucho".
Elías le sonrió a su madre desde la puerta y tomó camino junto con su padre, sus tíos y primos hacia "La primorosa", la mina a la que a partir de ese momento, dedicaría su vida.

Aprendió rápido y muy pronto tuvo que tomar el papel de maestro frente a sus hermanos y primos menores. "Lo más importante es nunca olvidar que así como depende nuestra existencia de "La primorosa", su vigencia como mina, depende de nosotros". Elías se tomaba lo de ser minero muy en serio y durante 20 años no hizo otra cosa más que alimentar un gran amor por "La primorosa".

Aún incluso cuando sus hermanos y primos habían decidido trabajar en otras minas, donde la paga era mejor y el esfuerzo mucho menor, Elías continuó en la mina que lo había visto crecer.
Su padre y sus tíos habían envejecido y al parecer, "La primorosa" lo había hecho junto con ellos.

Con el pasar de los años, llegó el momento en el que nadie, además de Elías, trabajaba en "La primorosa".
"Deja ya esa vieja mina hijo, se te va a venir encima un día de éstos". Pero a pesar de las palabras de su padre, Elías estaba convencido de que "La primorosa" todavía tenía mucho que ofrecer y que él podía levantarla.

Ciertamente "La primorosa" ya resultaba peligrosa y mucho se había hablado acerca de poner dinamita en algunos puntos para volver a habilitarla, pero con el auge de otras minas, nadie se ocupaba realmente de hacer algo.
Pronto, (más pronto de lo previsto) Elías dejó de ser el joven fuerte y musculoso que había sido, y como era de esperarse, el cansancio de los años, se encargó de apagar el entusiasmo que sentía por ver una vez más a "La primorosa" en todo su esplendor. Sin embargo, ésta nueva renunciación no le alcanzaba como motivo suficiente para abandonar la mina y aún en sus últimos días, Elías caminaba el mismo sendero que había recorrido durante 50 años y permanecía a las puertas de la mina que el gobernador ya había mandado clausurar por motivos de seguridad.

....

Elías murió convencido de que lo mejor, lo había vivido en "La primorosa" y que en torno a ella, había girado su entera existencia.
Nunca trabajó en otras minas y tampoco hizo falta, aún cuando "La primorosa" ya no producía, Elías tenía lo suficiente para vivir decorosamente y nunca le hizo falta el alimento. Sabía bien que trabajando en otras minas, podría haberse costeado una mejor vivienda y uno que otro viaje a la ciudad pero se contentaba con lo que "La primorosa" le daba.

No queda nada de Elías, nunca tuvo hijos y tampoco se casó. No queda nada de él más que esta historia y el pedazo de madera carcomida con la leyenda "No pase" a las puertas de "La primorosa".

miércoles, 15 de junio de 2011

El último disparo


-¡Tú mismo no eres más que una manifestación de la verdadera bestia! ¡Del problema!. Una manifestación o un detonante, ya no sé...Pero no eres la bestia en forma-

Lirio lo había intentado todo para deshacerse del monstruo creciente que la perseguía desde 6 meses atrás.
Al principio le parecía divertido y hasta gracioso, era pequeño y apenas se hacía notar. Lirio no podía imaginar que aquello realmente representara un peligro. Se acostumbró muy rápido a la bestia y a su presencia y en los días en los que no se aparecía, Lirio se sentía extraña.
Tuvo incluso, la delicadeza de ponerle un nombre:

- No es una bestia...¡es Rale!-

Y todos sabemos que el comienzo para tomar cariño de algo, es ponerle un nombre.

El monstruo perseguidor creció con una velocidad inverosímil y comenzó a apropiarse de los espacios en la vida de Lirio; ella le reñía tratando de ceder terreno pero era débil y con sus propias manos nunca consiguió herirlo lo suficiente.

-Se irá por sí mismo, lo sé...Tarde o temprano lo hará- se consolaba Lirio...

Pero Rale nunca se fue, por el contrario, pasaron los meses y Lirio se dio cuenta con tristeza de que cada vez estaba más rodeada y de que había por todos lados algo que había salido del monstruo; Lirio tuvo que ocuparse de esas cosas, tratando de no descuidar las propias.
Rale creó y construyó de todo: personas que lo mantuvieran cerca de Lirio, libros, películas, problemas, conversaciones...Un sinfín de manifestaciones, como solía llamarlas Lirio.

-Mis manos no son suficientes- se dijo la chica un buen día y se hizo con una navaja que tenía el único propósito de acabar con el monstruo...con Rale.

La diminuta Lirio y la feroz bestia se enfrascaron en una batalla de la que ambos salieron heridos.
Lirio no tuvo éxito y encima, tuvo que deshacerse de la navaja con la que había herido a Rale por que la culpa la consumía...

-¿Qué me pasa? ¿Cómo fui capaz de una cosa así?- se repetía Lirio entre sollozos.

Rale sangraba sus heridas a propósito manchando las alfombras y dejando todo teñido de dolor. Se volvió más feroz después de aquella primera batalla y también más áspero y terrible.
Lirio dejó de intentar pelear con él y se encerró en sí misma. No quería ver a nadie y tampoco quería hacer nada. Todos y todo estaban llenos de Rale.
Había llegado la hora de deshacerse de él. De herirlo en serio y para siempre; la bestia no le daba más que tristezas.

-un revólver- se dijo Lirio -lo que necesito es un revólver-

Y tras guardar el arma bajo su almohada durante incontables noches, antier de madrugada, Lirio se despertó y buscó hasta encontrar a Rale que nunca dormía...No hizo más que mirarle con desprecio para acto seguido descargar el arma sobre la bestia que miraba todo con sorpresa y desdeño.

-¡¡¿Por qué no te mueres?!!- le reclamó Lirio

Pudo más el peso del revólver y las lágrimas. Lirio cayó de rodillas frente a la bestia que miraba con horror la escena. Destiñéndose de a poco y perdiendo poder pero sin morirse, sin siquiera sacudirse de dolor.
Lirio lo miró por última vez entre su llanto. Se sentó sobre sus talones y tomó el revólver con ambas manos.

-No puedo-Dijo. Se dijo. Le dijo a Rale -no puedo-

El cañón del arma quedó entre sus labios y sin pensarlo, Lirio disparó.

-un impacto en la bóveda palatina- dijo el forense.


"Disparar en defensa propia, a veces es dispararse a uno mismo"
Por: @pixidixidoo (Greñas)
Historia original de PVL

jueves, 14 de octubre de 2010

Café

Rita ya se había reunido en las casas de sus compañeros de equipo para hacer el guión teatral que constituía la mitad de su calificación bimestral. Estaba prácticamente terminado pero debían reunirse una vez más. Rita sabía que tenía que ofrecer su casa y tenía que aceptar a los 4 miembros de su equipo, pero no tenía planeado hacerlo.

-¿y qué?, ¿dónde nos vamos a ver al rato?-
-en tu casa, en la mía ya no me dejan-
-¡no manches! en mi casa nos vimos la semana pasada-
-¡ándale Jorge!, ¡en tu casa!-
-mejor en la tuya Laura, queda más cerca-
-¿y eso qué? mejor díganle a Rita, a su casa no hemos ido ni una sola vez-
-si es cierto Rita- dijo Jorge pateando levemente el pie de la inmóvil muchacha que estaba sentada a su lado- ahora toca en tu casa, ¿dónde vives?-

Rita abrió grandes los ojos y miró a Jorge. Le hablaba en serio.

-ándale Rita, no te hagas, solo falta tu casa ¿dónde vives?-
-en la Emiliano Zapata, pasando la secundaria-
-¡ahí está! igual queda cerca, al rato nos vemos, pero donde?-
-en la secundaria si quieren-

Todos acordaron encontrarse con Rita a las 4:30 en la entrada de la secundaria.
Ésta sería la primera vez que alguien la visitaba en casa, ¿Que debía hacer? Recordó que en casa de Julia, la mamá les sirvió sopa y tacos dorados, en casa de Laura les dieron palomitas y refresco, en casa de Jorge no comieron nada pero al terminar fueron al puesto de quesadillas que tiene su mamá en el mercado y todos menos Rita se comieron un pambazo y en casa de Alberto comieron pizza.
Era obvio que tenía que preparar algo pero ya eran las 4 y no tenía nada en casa y tampoco tenía mucho dinero. Perdió tanto tiempo pensando en algo que a las 4:20 ya había perdido cualquier oportunidad para cocinar o comprar algo.

Fue a la cocina y conectó la cafetera, llenó el recipiente de agua, colocó el café en el filtro y salió corriendo rumbo a la secundaria.

Todos estaban esperándola y al llegar, Rita no dijo nada y nadie le dijo nada, se limitaron a seguirla por la calle vacía platicando entre ellos.

-órale Rita, vives bien cerquita de la casa de mi abuelita-
La voz de Jorge se escuchó en toda la calle pero Rita no volteó y tampoco respondió, a Jorge no pareció importarle por que siguió caminando y platicando con el resto del equipo.

Rita se detuvo frente al edificio y dijo mientras abría la puerta "Es aquí". Subieron las escaleras y se metieron en el departamento sin ponerle pausa a sus risas y comentarios un solo minuto.

-¿Gustan café?- dijo Rita dirigiéndose a ellos por primera vez en la tarde.

lunes, 30 de agosto de 2010

Extrañas preguntas

Hace ya más de un mes que Rita abandonó la fonda para no volver nunca más. No pasó mucho tiempo antes de que pudiera encontrar un nuevo trabajo que a diferencia de la fonda, la mantiene ocupada únicamente de Jueves a Domingo durante la tarde-noche. Nuevamente es mesera pero ahora lo es en un pequeño y acogedor café de la Colonia Roma.
Trasladarse era un poco más pesado y más tardado, pero tenía la ventaja -enorme- de que nunca, ningún cliente, la conocía.

A causa del trabajo, Rita llegaba excesivamente cansada al escuela los Viernes y los Lunes. La primera semana de combinar escuela y trabajo no resultó muy bien y Rita se quedó dormida el Lunes. Se despertó y ya pasaban de las 7, decidió no apresurarse innecesariamente y llegar a las 8:40, justo a tiempo para la 2a clase.

Entró en su salón y como de costumbre todos platicaban entre ellos; ella no miró a nadie y nadie la miró a ella. Se sentó y comenzó a copiar del pizarrón lo que suponía, era la tarea de la clase anterior.

-oye Rita-
Rita levantó el rostro lentamente y extrañas preguntas le cruzaron el pensamiento. ¿Quién me llama?, ¿Por qué lo hace?, ¿Necesita algo?
Y parpadeando, únicamente se limitó a girar su atención a la fuente de la voz: un joven delgado, de baja estatura, cabello rizado y muy corto.

-la maestra de Literatura pidió que armáramos equipos y a nosotros nos faltaba un integrante y como tú no estabas, te anotamos con nosotros, tenemos que armar un guión teatral-
-sí está bien- se limitó a decir Rita y volvió la mirada al pizarrón para continuar con su apunte; se le veía tranquila y sin embargo extrañas preguntas seguían dando vueltas en su cabeza: ¿Por qué me consideraron para el equipo?, ¿Debería darles las gracias?, ¿No será una broma?.

Rita no pudo pensar en otra cosa durante todo el día y camino a casa, pateando piedrecitas por las calles no dejaba de hacerse extrañas preguntas: ¿Por qué el talento recayó sobre mí?, ¿Por qué tengo que participar en equipos y trabajar?, ¿Por qué tuve que dejar mi casa y a mi madre?, ¿Por qué tuvo que romperse mi corazón si apenas tengo 17 años?, ¿Por qué no me recobré?...

lunes, 9 de agosto de 2010

El delantal


Mariana, una de las compañeras de trabajo de Rita, era la única que se aventuraba a cruzar palabra con ella. Creía fielmente que algo bueno debía habitar en el interior de Rita, muy a pesar de su renuencia a convivir con las demás meseras.
Todo se había sucedido de manera muy normal: Rita y Mariana limpiaban y dejaban todo en orden los miércoles y los viernes. Mariana hacía algunas preguntas y Rita respondía con monosílabos. No había mayor peligro.
Sin embargo, en las últimas semanas Mariana tenía mucho que decir y muy pocas personas que le escucharan. Rita había podido corroborar que Mariana tenía un "novio" bastante violento, un hermano adolescente con pocas ganas de continuar la escuela, una hermana a punto de terminar la carrera y que más que representar un ejemplo para ella, era el eterno recordatorio de que Mariana había decidido abandonar la escuela sin ningún propósito específico....con el único sueño de aprender algo de cocina...
Rita le escuchaba con atención mientras terminaba los quehaceres que Mariana dejaba a medias entre toda su hablantina. Nunca decía nada, únicamente se limitaba a escuchar.
Rita había aprendido con el tiempo que tarde o temprano Mariana terminaría por hartarse de que no se le dijese nada, terminaría por sentirse ignorada y decidiría no volver a hablar con ella nunca más.

Pero eso no sucedió.
Un viernes tras terminar de platicar todos sus disgustos semanales, Mariana se acercó a Rita y le dio un abrazo espontáneo y sincero, de esos que no esperan la necesaria reciprocidad.

-que buena eres para escuchar Rita, tú siempre tan linda dejas que yo me la pase hable y hable todo el tiempo-

Mariana se dio la vuelta, se quitó el delantal y lo colgó en la puerta de la cocina, salió de la fonda sin decir nada más y desapareció entre las calles.
Rita, con el trapo de la limpieza apretado entre sus agrietadas manos lo comprendió todo: Las cosas habían dejado de ser inofensivas.
Se quitó su delantal sopesando las posibilidades y salió de la fonda para nunca más volver.